5

En la fiesta del club, el asistente Brown se sentó no muy lejos de Damian. Echó un vistazo a su teléfono.

[La Señorita ha llegado y ha entrado en la sala.]

Volvió a guardar el móvil en el bolsillo de su chaqueta.

—Damian, ¿qué te parece tu fiesta de bodas? —preguntó uno de los invitados, otro joven empresario.

Damian alzó ligeramente su copa. La mujer a su lado se apresuró a tomarla y ponérsela en la mano.

Damian no bebía alcohol. Mientras todos los demás brindaban con champán, su copa solo contenía agua helada.

—¿Y por qué no te casas tú también, si tanta curiosidad tienes?

El grupo soltó una carcajada.

Damian extendió la mano y apartó un mechón de cabello de la mujer que estaba junto a él. Ella soltó un jadeo ante el contacto inesperado.

Se le encendieron las mejillas y lo miró embelesada, llena de admiración y anhelo, aunque sin atreverse a tocarlo. No tenía el valor.

Los rumores decían que Damian se acostaba con una mujer distinta cada noche, pero la verdad era que casi ninguna llegaba a acercarse de verdad. Podían sentarse a su lado, servirle la bebida, reírse de sus comentarios... pero nada más.

Y aun así, todas lo deseaban.

Las risas seguían llenando el lujoso salón, mezclándose con la suave voz de una cantante en el escenario. Los invitados, relajados y con sus copas en mano, charlaban mientras la música envolvía el ambiente.

El asistente Brown se levantó al escuchar un alboroto cerca de la puerta. Antes de poder dar un paso, las puertas se abrieron de golpe con un estruendo.

Una mujer irrumpió, seguida de dos guardaespaldas que la perseguían con nerviosismo.

—Disculpe, señor. La señorita Clarissa se negó a quedarse fuera —murmuró uno de ellos, inclinando la cabeza en señal de disculpa.

—¿Ni siquiera pueden controlar a una sola chica? —el rostro de Brown se ensombreció mientras avanzaba hacia ellos.

—Lo sentimos, señor...

—¡Quítense de en medio! —Clarissa los apartó de un empujón y lanzó a Brown una mirada de desprecio antes de marchar directo hacia el reservado.

Todas las miradas la siguieron hasta que llegó al asiento de Damian. Su mirada se clavó en las dos mujeres sentadas a su lado. En su mente ya estaba arañándoles la cara.

—¡Mujeres insignificantes! —escupió con desprecio—. ¡Apártense de mi Hermano Damian! ¡No merecen sentarse junto a él!

Todos en la sala sabían quién era Clarissa. Tal vez en otro tiempo podría haber dicho lo que quisiera y salirse con la suya, pero esa noche el aire era distinto. Todos miraron a Damian, esperando su reacción.

—Señorita Clarissa, le ruego que salga ahora mismo —dijo Brown con voz firme—. Está arruinando la velada.

—Sí, Clarissa. No armes un escándalo. Es la noche de Damian —añadió otro invitado.

—No es momento ni lugar para caprichos.

Clarissa los ignoró a todos. Se adelantó y agarró a las mujeres de los brazos.

—¡Se sientan aquí como si disfrutaran, pero ni siquiera pueden tocarlo! ¿De qué sirven entonces?

—¡Señorita! —Brown dio un paso al frente para intervenir.

—Que se vayan todos.

El silencio cayó de golpe tras las palabras de Damian. Sin dudarlo, los invitados comenzaron a levantarse y salir. Las mujeres también se apresuraron, cabizbajas. Solo Brown se quedó en su sitio.

—Tú también, Brown —añadió Damian con frialdad.

Brown se inclinó con respeto, lanzándole a Clarissa una última mirada de advertencia antes de marcharse.

Una sonrisa satisfecha apareció en los labios de Clarissa cuando la puerta se cerró.

—Sírveme algo de beber —ordenó Damian con voz perezosa.

Clarissa se apresuró a servirle refresco en un vaso y se lo entregó, sentándose luego muy cerca de él.

Damian dio un largo sorbo.

—No cruces la línea —advirtió.

—Hermano Damian...

—Sabes que Brown no tendrá piedad la próxima vez.

El rostro de Clarissa se torció.

—¿Por qué te casaste con esa campesina? No la amas. Lo hiciste solo para vengarte de mi hermana, ¿verdad?

Damian se recostó en el asiento y soltó el aire.

—Ven aquí —dijo, haciéndole una seña con el dedo.

Clarissa obedeció. En un instante, su rostro quedó a pocos centímetros del de él. Sus dedos rozaron sus labios.

—¿Quieres ocupar el lugar de tu hermana?

El corazón de ella casi se detuvo. Podía oler el refresco en su aliento, sentir el calor de su piel. Cerró los ojos, los labios apenas entreabiertos, expectante.

—Adelante, Brown —dijo Damian con calma, lo bastante alto para que lo oyeran afuera.

Los ojos de Clarissa se abrieron de golpe, y la vergüenza le tiñó las mejillas. Damian ya se había apartado de ella.

La puerta se abrió y Brown entró.

—Llévatela.

—¡No! ¡Hermano Damian! —Clarissa gritó, aferrándose a su brazo.

—¡Basta de insolencias! —estalló Brown, perdiendo la paciencia. Le agarró el brazo con firmeza.

—¡Suéltame, imbécil! ¡No me toques! —chilló ella, pero Brown no la soltó.

Damian se sirvió otra copa sin dedicarle siquiera una mirada.

—¡Déjame!

Brown la empujó hacia la puerta.

—Llévenla a casa. Y que no vuelva a entrar aquí —ordenó Damian.

—Sí, joven maestro.

Los guardias se apresuraron a bloquearle el paso cuando Clarissa intentó regresar.

—¡Te arrepentirás, Brown! —chilló ella—. ¡Cuando mi hermana vuelva con Damian, te echarán a patadas a la calle!

—Espero con ansias ese día, señorita —replicó Brown con una sonrisa helada, antes de dar media vuelta y dejarla gritando tras de sí.

Mientras tanto…

Livia se removió en la cama, entreabriendo los ojos. Por un segundo no estuvo segura de si había soñado—alguien había gritado su nombre a lo lejos.

Aún adormilada, bostezó y se frotó los ojos.

Toc, toc.

—Señorita, ¿puede levantarse ya?

Livia gimió bajito. ¿Qué hora es?

Se arrastró fuera de la cama y abrió la puerta. El sirviente que la había acompañado la noche anterior estaba allí, esperando.

—Perdón por despertarla, señorita.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella con voz soñolienta.

—El joven maestro ha regresado. Está en la puerta principal.

—¿Y…?

—Debemos darle la bienvenida.

¿Qué? ¿Darle la bienvenida? ¿A estas horas?

Quiso protestar, pero no podía. Maldiciendo por dentro, siguió al sirviente escaleras abajo, aún bostezando y agarrándose al pasamanos como si le fuera la vida en ello.

En la entrada, se apoyó contra el marco, casi quedándose dormida otra vez.

¡Chirrido!

Livia se despabiló de golpe con el sonido de un auto frenando. El asistente Brown bajó para abrirle la puerta a Damian.

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