Valle del Zazot
Kaím se detuvo en un río a mediodía. Mientras su caballo saciaba su sed en la orilla, él se bañaba y pensaba en Agna. Recuerdos de las hábiles manos de su amada recorriendo su cuerpo con brío, su ardiente boca jadeando dulces susurros, y sus labios marcando con fuego su recorrido llenaban su cabeza cansada. El viaje ya había durado bastante y sospechaba que ni siquiera iba por la mitad. La inquietud de no saber si su hijo ya habría llegado al mundo sin su compañía lo llenaba de nostalgia. Anhelaba volver con ellos tanto como encontrar a la hembra de Tau.
Tras el baño, decidió seguir a pie por la ribera. Una fragancia dulce le indicó la presencia de humanos: unos niños que, con flores, elaboraban collares en la orilla opuesta. Se agruparon, cautelosos, al verlo.
—¿Viven en el bosque a sus espaldas?
Las flores que cortaban crecían entre los árboles dispersos. Más allá, luego de una pradera, se agrupaban formando un espeso verdor oscuro, cuya fría respiración le lle