Con un destello de malicia ensombreciendo su mirada, el rey depositó la daga en manos de Eris. Una vez más, ella se debatía entre lo que debía hacer y lo que realmente quería, lamentando que, en esta ocasión, el Asko saldría herido de una manera u otra. Si no se atrevía a hacerlo ella, alguien más lo haría. Sospechaba que la esposa del recaudador moría de ganas por estar en su lugar, pues la miraba con la envidia de la más vil serpiente. Suspiró, aferrando la daga, y avanzó con paso vacilante hasta quedar frente al Asko, vestida con sus galas de reina y las mentiras y secretos que llevaba a cuestas. Por un instante encontró los ojos tras la máscara y su frialdad le causó un dolor punzante. Anhelaba tener la ocasión de ofrecerle las explicaciones que se merecía, pues ella seguía trabajando por ambos, ella no dejaba de trabajar.De repente, un estremecimiento la sacudió y, llevándose una mano al vientre, tuvo una arcada. La primera fue seguida de otra y, a la tercera, vomitó deliberada
—¿No ha querido hablar conmigo? —cuestionó Eris—. ¿Acaso un prisionero tiene voluntad para decidir? ¿Qué hay de tu autoridad? Su reclamo estuvo desprovisto de la humildad de la sacerdotisa y Kemp la inspeccionó hasta que ella volvió a inclinar la cabeza en actitud servicial y procuró suavizar su tono.—¿Por qué rechazaría la gracia de los dioses? ¿Qué más puede tener que le dé consuelo en este lugar donde reina la oscuridad? —preguntó, más serena. Kemp negó luego de dar un profundo suspiro. —¿Quién podría saber lo que pasa por la cabeza de una bestia como él? Sólo puedo decirle que será mejor gastar sus energías en quien esté dispuesto a oír a los dioses a través de usted. Vamos, la acompañaré a la salida. Eris asintió, pero al doblar en la primera esquina echó a correr por los enrevezados pasillos, buscando al Asko y perdiendo a Kemp, que intentó correr tras ella. En la oscuridad, que sólo aplacaban las antorchas suspendidas en los muros, la claridad de la mañana guio a Eris por
Unos gritos inhumanos agitaron la paz de la noche en las mazmorras. Los prisioneros, arrancados de sus sueños con violencia, se agolparon tras los barrotes, esperando saber qué pasaba y orando, para que fuese lo que fuera, no les ocurriera a ellos. En las estancias donde dormían los que, por su buen comportamiento, no necesitaban de tanto resguardo, Alter se agitaba presa de una fiebre capaz de derretirle la piel y no halló sosiego en las compresas frías que Gro le ponía encima.—No pudo ser algo que comió, come lo mismo que los demás, tal vez un poco más... ¿Qué pudo ocurrirle? —se preguntaba el muchacho, lloroso.—Pudo ser algo que comió en la fiesta a la que nos llevaron —repuso el Asko—. La propia reina enfermó y me vomitó encima. Había en las mesas alimentos extravagantes y bebidas por doquier, algo debió caerle mal.—Es posible, o le ocurrió algo más. Cuando llegó por la noche estaba tan... ¡Él lloró y Alter jamás llora! A él no le gusta mostrar debilidad y no tolera que yo lo
A mediodía, Eris recibió a una comitiva para tratar el tema de las lluvias e inundaciones. —Enviamos gente a las montañas. Saber que eran lluvias altas nos permitió tomar resguardos ante la crecida de los ríos —le dijo el gobernador—. Estamos trabajando en trasladar los cultivos y construir ductos, es una pena que el rey no esté para contarle los detalles.—Pero estoy yo —repuso Eris—, y estoy ansiosa por ver con mis propios ojos el avance de los trabajos, sobre todo si lo que busca es conseguir más recursos. Imagino que el alimento para los animales escasea, ya que no pueden salir a pastar por las lluvias.—¡Exactamente, su majestad! Su increíble visión no deja de sorprenderme. Con gusto compartiré con usted los detalles.A la charla, que resultó muy provechosa para el gobernador, le siguió un paseo de Eris por la capital y algunas aldeas aledañas. Quería ella conocer los problemas del pueblo y que su pueblo la conociera. No usaba corona, pero ellos la llamaban reina y lanzaban péta
Lo que terminó por enfriarse con las palabras del rey fue el sudor que recorría las espaldas de los hombres en el salón. —¿Majestad? —inquirió Nov, con un atisbo de incredulidad en su voz.—Lo que has oído: trae a mi esposa de inmediato.Sin más que un asentimiento, Nov salió a cumplir la funesta orden. Golpeó la puerta de los aposentos de la reina con firmeza y ella apareció después del cuarto, despeinada, somnolienta, ignorante del oscuro destino que le aguardaba. —El rey solicita su presencia.—¿Está en sus aposentos? ¿Por qué no ha venido él mismo? Es lo que suele hacer.—Él está en «el salón» —respondió, y Eris comprendió que se refería al de las orgías—, y no está solo.—Si me hubiera dicho antes que tenía planes para esta noche, no me habría retirado al lecho. No voy a cambiarme —cogió un manto y se lo puso sobre la bata. Echó a andar detrás de Nov.—El rey está con el Asko —le advirtió Nov, visiblemente nervioso, sintiendo la necesidad de prevenirla—, quiere que él la forniq
Con las primeras lluvias que cayeron sobre la capital, llegó un audaz retador que buscaba medir su fuerza con la temida «bestia de Balardia», cuya fama había trascendido las fronteras del reino, en gran parte gracias a Darón, viajero incansable y conocido de mucha gente. Él y su comitiva fueron recibidos en el palacio por el rey para compartir un banquete. —Así como su majestad tiene a una bestia, ahora yo también tengo la mía —anunció Darón, señalando con orgullo a su guerrero.El rey, al ver al joven noble de delicada apariencia, que se creía en condiciones de pelear con el Asko, no pudo evitar soltar una risa burlona.—A tu retador le hace falta sol, está tan blanco como la nieve, y le falta carne también, es un flacucho. El más débil de mis prisioneros lo vencerá sin esfuerzo. No haré perder tiempo al Asko con debiluchos, eso lo haría ver mal.—No te fíes de las apariencias, pues son engañosas. Antes de aceptar traerlo lo vi vencer a diez hombres, robustos y preparados. Aunque pá
Era tan intenso el dolor que lo aquejaba que se mantenía despierto, preguntándose por qué seguía vivo. —Morirás donde nadie te encuentre nunca —susurró una voz que le sonó familiar, tal vez la de su tío. Era incapaz de mover la cabeza para confirmarlo. Lo transportaban en una carreta y el cielo discurría sobre él siempre cambiante: nubes que danzaban, hojas que susurraban, lluvia que caía, sol que ardía, y estrellas que brillaban. A ratos se dormía y despertaba en la misma postura, pero bajo un cielo diferente. Perdida la noción del tiempo, le pareció que estaban cruzando el mundo entero. ¿Por qué tomarse tantas molestias para deshacerse de alguien tan insignificante como Akal, el hijo indigno de Asraón? —Nadie te encontrará porque nadie te buscará. Lo que queda de tu carne será festín para las bestias del abismo.Todas las historias que alguna vez oyó sobre el abismo reverberaron en su cabeza como un eco lejano. Los verdugos de su tío habían procurado no golpearla demasiado; él s
En el mundo siempre ha habido decisiones que pueden cambiar la vida de alguien por completo. La joven Eris jamás imaginó el rumbo que tomaría su destino al someterse a la prueba de Qunt’ Al Er. Toda su infancia la había pasado esperando hacer algo importante por su familia, por ella y por su honor. Y coronarse como vencedora no sólo le permitiría ganar un cordero gordo y enorme, también la convertiría en una muchacha atractiva para los señores más importantes de la región y de las aldeas cercanas. Le daría poder, eso quería ella, el poder para tomar decisiones en una tierra donde la libertad era escasa y abundaban el hambre, la nieve y la muerte. Y la gente de la aldea Forah, en las montañas de Balardia, estaba acostumbrada a las pruebas, a demostrarle a la muerte que merecían vivir. La primera era al nacer, nada más abrían los ojos debían sobrevivir a ser lanzados a las aguas gélidas. Dos hermanos y una hermana de Eris no lo habían logrado. Luego, las jóvenes debían someterse a