XXV Amantes

Balardia, palacio real

Debilitadas sus fortalezas por el deseo de ver a su hijo sano y por el temor terrible de comprender los designios del destino, Eris no pudo luchar contra la pasión que Akal seguía despertando en su cuerpo.

Le permitió desnudarla y lo desnudó ella también. Lo acarició con el hambre acumulada y el frío de vivir lejos de él por tanto tiempo. Lo besó recordando cada detalle de su boca, el sabor de sus labios y la forma de sus dientes. Volvió a confiar en él y cerró los ojos, saboreando el placer que solo hallaba entre sus brazos.

En las mazmorras, él se había contenido para que nadie descubriera la pasión secreta que ellos compartían, lo mismo cuando la tomó frente al rey. Ahora no había rey, ni nadie de quien ocultarse, así que le permitió a su lobo gozar de ella también, en cuerpo y alma.

Junto a la luz de una lámpara, Eladius escribía sus descubrimientos del día. La puerta se abrió de golpe y derramó tinta sobre las hojas.

—Lebé, ¿por qué entras así? Me
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