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XXIV Devenir implacable
—En aquel momento, estuve seguro de que la muerte me había alcanzado, hasta que sentí la suavidad de sus dedos tocando mi piel. Fue como si el sol, con su calidez, adquiriera solidez y me acariciara.

En el sillón frente a su lecho, Eris oía atentamente cada palabra de la historia narrada por Akal.

—No había ninguno de mis huesos que siguiera entero; mi cuerpo se había convertido en un charco, disperso en la tierra negra del abismo. Ella, con su voz, comenzó a darle forma y volví a ser lo que era, pero mucho más fuerte. Me cobijó entre sus brazos y pude sentir, a través de ellos, el calor de mi madre. Volví a nacer allí, en el lugar que debía convertirse en mi tumba.

»Mi madre era débil. Ella murió pronto, no pudo cuidarme como tú cuidas de Lud. Por mi causa, ella fue desterrada también; no puedo culparla por albergar rencor en mi contra. En aquel momento, supe que no era así, que ella me amaba porque había ido por mí para llevarme a mi última morada. Creí en ello hasta que la
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