Kemp fue a las habitaciones de Lud y, al no ver a Eris dentro, siguió buscándola por el palacio. Poco después, ella y Akal salieron del cuarto de baño, sonrientes y algo azorados por el ardiente encuentro. Despertaron del plácido sueño que vivían al enterarse de las nuevas escaramuzas de Luthia en el campo de batalla.
Rápidamente, los escuadrones que se estaban entrenando se alistaron para ir a relevar a los actuales combatientes.
—Esto se acaba ahora. Los hijos y nietos de quienes hoy lucharán con su vida tendrán una tierra a la que llamar hogar, ¡y esa será Balardia! —expresó Eris con fervor frente a sus fieles soldados, algunos con más determinación que habilidades de lucha, pero todos ansiosos de volver a casa con el pecho hinchado de orgullo por haber contribuido a la victoria.
Akal también alistó a su caballo.
—Tú te irás a hacer lo que debes hacer lejos de aquí, Akal. Vete, hazlo por Lud —le dijo Eris.
—Es precisamente por él que debo quedarme y pelear para defender el único