Arrodillada en el suelo, Bri recogía el que iba a ser el desayuno de Ava.
—¡¿Acaso esperabas que comiera estas manzanas?! ¡Están agrias! —Ava lanzó la que tenía en la mano y golpeó la cabeza de la sierva.
Las manzanas estaban perfectas, tanto en apariencia como en aroma; habían sido cosechadas apenas el día anterior.
—Mi señora, ni siquiera las ha probado —replicó Bri, sobándose la sien.
—¡¿Esperas que lo haga y enferme?! ¡¿Es eso lo que planean tú y el cocinero ese con el que te revuelcas?! Nada ocurre bajo este techo sin que mis oídos se enteren. Cuando Akal sepa que tú y él están conspirando en mi contra, los arrojará a las brasas ardientes.
—¡No, mi señora, por favor! Nada tenemos en su contra, se lo juro. Tenga piedad —rogó, al borde de las lágrimas.
—Deja de chillar y limpia este desastre. Yo cuidaré de Mao hoy, así que no te acerques a él.
Dejó los aposentos, resoplando pesadamente. El fastidio de haberse hallado sola en el lecho por la mañana le brotaba por los poros. A