Sumido en un envolvente sueño, muy parecido a la inconsciencia, Akal permaneció en el lecho pasado el desayuno.
—El alfa no está solo en sus aposentos —le contó un siervo a Alter para explicar su ausencia.
La idea agradó al Liak, pues no imaginaba de quién se trataba.
Los ojos de Akal se abrieron pasado el mediodía y suspiró, como quien ha aceptado su destino y deja de luchar contra él.
Había sido una lucha agotadora, que lo había doblado por dentro.
La hembra a su lado, cuya esencia hipnótica flotaba en la habitación como una promesa, lo abrazó y le depositó un beso en el medio del pecho.
—¿Se encuentra a gusto, mi alfa?
—Sí —respondió Akal, sabiendo que no había otra respuesta posible más que la resignación.
—¿Lo ves? Era tan sencillo dejar ir el rencor y permitirme sanar tus heridas. Era tan sencillo dejar que te amara de nuevo, pero eres terco. Espero que nuestro hijo no herede aquel rasgo de ti.
—Hay peores rasgos que podría heredar. Al menos ha nacido sano. Una vez oí q