Manada Gris
Las finas manos de Agna se deslizaban con lenta dedicación por la recia espalda del alfa Kaím, que estaba bañada con el tibio sudor nacido de su reencuentro. Brillaba hermosamente con un resplandor plateado a la luz de la luna llena.
El mensajero ya se había ido, luego de cumplir su funesta misión hacía unos instantes.
—Acabas de llegar y ya debes partir, amado mío. Iré a quejarme con el alfa supremo —reprochó ella.
—No hagas tal, Agna, que el mandato del alfa de alfas es ley, y debe cumplirse con la obediencia con que el sol huye de los cielos cuando se lo ordena la luna.
Besó el abultado vientre de su amada y empezó a vestirse. Un alfa debía cumplir con su deber, y tendría que irse cuando todo lo que deseaba era quedarse en su hogar, con la familia que estaba formando.
—Si han sido llamados todos los alfas del valle, Kort también estará.
Kaím suspiró. El hijo mayor del alfa Asraón no le temía a nadie ni se ocultaba de nadie.
—La presencia de mi hermano es irreleva