Oculto entre unos arbustos, Gro observaba a los guardias del puesto fronterizo. Atribuyó el que se hubieran multiplicado al escape de los prisioneros y se sintió como un tonto por haber regresado.
Sin embargo, Balardia era su hogar, y la tierra llamaba con tanta fuerza como la sangre.
Permaneció oculto, decidido. Si lo capturaban y acababa regresando a las mazmorras, esperaba morir luchando en la arena, como un hombre. Comió frutos que consiguió de camino y durmió al abrigo de las estrellas.
Una caravana de comerciantes atrajo su atención al día siguiente. El ruido de carretas lo hizo dejar su escondite y salir a su encuentro. Con disimulo, empezó a caminar entre los que iban a pie y pasó como uno más de ellos. El cayado que lo ayudaba a avanzar en terrenos escarpados colaboró en su pantomima. Cualquiera que lo viera pensaría que se trataba de un pastor, y ovejas no faltaban en la caravana.
Al llegar al puesto de vigilancia, el líder de la caravana se presentó con los guardia