XII Cuervo
De todas las esposas que el rey tenía, escogió a Eris para acompañarlo en su noche de bodas con la nueva.

Como una estatua estaba ella sentada, vista al piso, dedos entrelazados sobre las piernas. Imaginaba lo que podría ocurrir y su corazón se aceleraba.

El rey, sentado con relajo en su regio sillón, recibía las uvas que una de sus esclavas desgranaba y le daba en la boca, mientras la acariciaba. Era una de las bailarinas, creyó Eris en el breve lapso en que la miró.

Otra mujer le ofreció vino y reconoció a la que el rey había fornicado entre sus piernas. Eris aceptó la copa y se obligó a beber un gran sorbo. Le había oído decir a su padre que el buen vino ayudaba a infundir valor en los corazones y se rumoreaba que éste era el mejor.

Nov llegó y trajo consigo a la nueva esposa. Era una muchachita delgada, de caminar seguro, cabellos negros como los de Eris y ojos determinados, puede que tanto como los de ella.

«Ha traído un reemplazo para mí», pensó de inmediato y se halló m
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