«Con tu olfato, en las noches sin luna, hallarás el camino a casa».
«Con tus garras, si erras, te mantendrás a salvo».
«Con tu corazón, mi amado, sabrás si estás en el camino correcto».
Rodeado de la oscuridad de la noche y lejos de las fogatas en torno a las que se reunía el resto del grupo, Akal intentaba oír a su corazón.
Balardia ya no se distinguía en el horizonte, ni olía a los soldados que intentaban darles alcance, pero la sensación de seguir prisionero allí no lo abandonaba.
En su corazón, una parte faltaba.
—Diosa del abismo... Dime cómo seguir... Cómo cumplir la promesa que te hice... Ariat... ¿A dónde debo ir ahora?
Luego de un rato, fue con el resto del grupo. Comió la carne de los animales que habían cazado y bebió del vino de la celebración que habían llevado con ellos.
Kemp llegó a sentarse junto a él.
—¿Qué ha pasado con la reina? ¿Por qué no ha llegado contigo? ¿Dónde está? Ella ha hecho todo esto posible, debería estar aquí, celebrando con nosotros.
Akal s