Cristina parpadeó incrédula. Lo pensó un momento y, conteniendo la risa, dijo a propósito:
—¿Y tú cómo sabes que va a ser niño? No quiero, seguro lo vas a echar a perder con tus mañas.
Paolo le dio un toquecito en la frente y suspiró.
—Un niño sería perfecto. Con que saque la mitad de mis genes, ya la hizo en la vida. Una niña también estaría bien, pero ojalá no salga como tú…
Ella hizo un gesto de indignación, respondiendo de inmediato:
—¿Eso crees? Si tuviéramos una niña, la vestiría como una princesa todos los días. Y te aseguro que no la trataría como tú me tratabas a mí.
Él arrugó la frente, visiblemente molesto.
—¿Que yo te trataba mal? Te di un techo, comida, te pagué la escuela y hasta clases de piano y violín. Lo único que te pedía era que me prepararas el desayuno de vez en cuando, que arreglaras mi cuarto y que… bueno, que me pasaras los preservativos. ¿De qué más te quejas? Nunca decías nada, y ahora que estás enferma y te sientes con derecho a todo, ¿me sales con esto?
Al