Sofía bajó la mirada, pero sus ojos, marcados por el tiempo, revelaban preocupación por lo que podría ser el futuro de esa chica. Al ver la cara pálida y delicada de la joven, no podía evitar sentir de esa manera.
—Señora Sofía, en esta casa, después del joven, usted es la persona que mejor me trata —dijo Cristina después de terminar de comer, con un color más saludable en las mejillas—. Cuando gane mi propio dinero, le juro que no la voy a dejar trabajar más. Va a vivir como una reina.
Se sentó en la cama y la abrazó por la cintura con cariño.
—Cristina, me alegra mucho oírte decir eso… Pero a mí me gusta trabajar; si no, me aburro. Ahora acuéstate y descansa un poco. No te muevas mucho para que no te lastimes la herida. Voy a llevarme los platos…
La mujer le dio unas palmaditas en la cabeza con un gesto maternal. En su corazón, hacía mucho que consideraba a la obediente Cristina como a una hija. Ver que el joven la trataba bien la reconfortaba, pero al mismo tiempo, sentía una extra