—Qué bueno que pienses así… es lo mejor.
Cristina retiró su mano pálida y comenzó a entrelazar los dedos con nerviosismo. Para no delatar su culpa, se obligó a mantener la cabeza en alto, aunque su mirada se desvió de reojo hacia la explícita escena que se desarrollaba en la televisión.
Paolo, de pie a su lado, la observó con los ojos entrecerrados.
—A ver, dime la verdad, ¿sí entendiste o no?
Ella se mordió el labio con fuerza y tragó saliva con dificultad. Con una mirada perdida, le susurró.
—Sí, sí entendí, de verdad…
Él se dejó caer de golpe en el sofá cercano. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras se tocaba la barba incipiente, recreando en su mente la mirada turbada de Cristina. Esa mirada era tan seductora… lo estaba tentando a cometer una locura.
Ella bajó la vista. Se ajustó el abrigo de lana que él le había puesto encima y carraspeó a propósito.
—Mejor voy a apagar la tele, ¿no? Digo, ni la estamos viendo.
Justo cuando se disponía a levantarse, Paolo la jaló