Cerró los ojos un instante; la inexperta caricia de Cristina todavía le provocaba una ligera molestia.
Su miembro le dolía, tenso y como si le quemara por dentro. Y la única mujer que podía darle alivio se había marchado sin más. Soltó un largo suspiro de frustración.
Al abrirlos de nuevo, vio a Cristina sosteniendo un plato de cristal lleno de cubos de hielo. El brillo que despedían bajo la luz lo deslumbró.
“¿Y ahora qué se le habrá ocurrido a esta chiquilla?”.
Respiró hondo, con un tono de voz que denotaba su molestia.
—¿Se puede saber dónde te habías metido?
Cristina dejó el plato con suavidad sobre la mesita junto al sofá y señaló los hielos.
—Para esto.
Paolo soltó un gruñido y la miró de reojo. Su mirada se detuvo inevitablemente en el escote de ella y tragó saliva con dificultad. Su voz sonó ronca al quejarse.
—Y todavía con el vestido todo mal puesto…
Cristina bajó la mirada, y al ver la piel que dejaba al descubierto su escote, se sonrojó al instante. Por suerte, cuando fue