Paolo se frotó la frente mientras tragaba saliva con dificultad. Aquella chiquilla de antes ya era toda una mujer… y se había convertido en una tan deseable que era una auténtica tentación.
La niña desgarbada de hacía ocho años ahora tenía a alguien loco por ella, y ese alguien no era otro que su propio hermano.
Quizá lo mejor era dejar que se quedara con Angelo. Tenían edades parecidas y se llevaban tan… tan bien. Al pensar en eso, sintió una inmensa amargura.
Dejó escapar un largo suspiro. Observó sus pestañas, que temblaban descontroladamente como las alas de una mariposa, y sintió que la barrera que había construido en su interior se agrietaba un poco más.
Durante los últimos ocho años, había vivido con el temor de que volviera a sufrir. Aunque nunca dijo nada, la protegió en secreto todo el tiempo. Incluso cuando ella tomaba clases extracurriculares de cerámica en la universidad, él había contratado a varios guardaespaldas para que la vigilaran sin que se diera cuenta. Cada día,