Gio sonrió y miró a Cristina a través del espejo.
—¿Le gusta el peinado, señorita?
Ella levantó la vista para observar su nuevo look. Se veía muy bien, pero sentía que ese peinado tan elaborado no encajaba con ella.
Miró a Gio y le dedicó una sonrisa cortés.
—Gracias, señor Gio. Pero… no era necesario que se esforzara tanto, con algo sencillo habría bastado.
Él notó su expresión al hablar y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—No, señorita, usted merece todo el esfuerzo. ¿Nadie le ha dicho que tiene una belleza que acelera el corazón?
Al oír eso, Cristina bajó la mirada, sintiendo cómo se le subían los colores a las mejillas. Se mordió el labio y agachó la cabeza sin decir nada.
El cumplido del estilista era sincero. Por naturaleza, se sentía atraído por las cosas hermosas y buscaba la perfección en todo, lo que lo había llevado a convertirse en estilista y maquillista.
Hizo un gesto con la boca y, con una sonrisa, sacó de su maletín un estuche de maquillaje negro de alta gama, con i