—Te agradezco que me hayas regalado estos minutos.
—Dime, soy todo oídos —dijo él.
Se reunieron en el estudio de la casa. Era un sitio cálido y acogedor, decorado con elegancia, como el resto de la mansión.
—Tú y yo no hemos tenido oportunidad de conocernos. Vine a este pueblo a buscarte a ti y a... —Isabel enarcó una ceja.
—¿A mí?
—Sí, a ti, Isabel. Conozco a tu verdadera madre.
Isabel se sintió incómoda.
—Yo tengo una madre, y es Rafaela. Con eso me basta.
—Tu madre se llama Mary. Es una buena mujer, y ha sufrido mucho por tu ausencia.
—No sé qué pretendes con esto. Para mí esta conversación no tiene sentido. Si esa mujer hubiera sentido algo por mí, jamás me habría dejado.
—Ella no te dejó. Jamás pasó por su mente hacerlo.
—La verdad, no me interesa esta conversación —dijo Isabel con fastidio.
—Tú fuiste separada de su lado. Te raptaron. Por más esfuerzos que hicimos, nunca dimos con tu paradero.
—¿Qué significa “dimos”?
—Mary me crió desde que yo tenía trece años. Se casó con mi p