—¡Eres el niño más hermoso del mundo! —exclamó Mary mientras abrazaba al pequeño con ternura. Luego dirigió su mirada a Juliana, con una sonrisa cálida—. Mucho gusto, y gracias por cuidar de mi muchacho.
—El gusto es mío, señora Mary —respondió Juliana con amabilidad.
—No me digas “señora”, que no soy tan vieja —añadió Mary con una risa ligera.
Juliana no se esperaba tanta calidez de su parte. La imaginaba distinta, más distante quizá, pero lo que encontró fue una mujer amable, con una energía maternal que la envolvía. A su parecer, Mary era una persona buena, de gran corazón, y sin duda una figura importante en la vida de Pedro.
Al salir del aeropuerto, Mary se colocó las gafas de sol y pidió llevar al niño en su regazo durante el trayecto. En el auto, Juliana le sugirió que se quedara con ellos en casa, pero Mary declinó con suavidad.
—No quiero incomodar a nadie —dijo—. Estaré más tranquila en un hotel.
Juliana no podía apartar los ojos de ella. Era como mirar a Isabel… la misma ex