SIENNA
Dos de los hombres que habían estado parados fuera de la habitación, escoltan a Dante Morelli hasta perderse en los corredores.
De inmediato, fulmino a Massimo con la mirada.
— ¿Por qué no dejaste que me defendiera? ¿Acaso no escuchaste lo que dijo ese idiota?
Los músculos de sus brazos tonificados se tensan bajo su ropa. De un tirón, me atrae hacia él. Ahora estamos a pocos centímetros el uno del otro. Incluso, el sofá me parece más amplio de lo que antes era.
— Baja la puta voz —me dice apretando los dientes.
— ¿O sino qué? —repongo en el mismo tono.
Massimo cierra los ojos y suelta el aire por la nariz. Parece estar reuniendo toda su paciencia.
— Supongo que no te diste cuenta de que traía un arma en su bolsillo izquierdo —empieza—. Y supongo que tampoco sabes lo rápido que alguien puede dispararle a una persona entre ceja y ceja —su voz sale helada.
Tartamudeo palabras sin sentido. No, no lo había visto.
Entonces, sus ojos se clavan en los míos y me acerca aún más con ayuda