37
Sus besos me llenan por completo.
Sus dientes muerden con ligereza la piel de mi cuello, meto las manos por debajo de su americana. Izan quita la prenda de su tronco con desespero, para volver a pegar sus labios sobre los míos.
Quito su correa, logrando que el italiano baje su pantalón hasta sus pies, me acomoda un poco para hacer que mi braga se vaya hacia un lado. Me aferro a su espalda.
Me echo para atrás con la primera estocada, el rubio se aferra a mis caderas como si fuese la fuente de la divina vida. Muerdo mi labio inferior con sus embestidas, duras, precisas y sin piedad. Cierro mi boca, si alguien escucha mis ruidos alguien vendría y todo se vendría abajo.
—¡Deliciosa! ¡Este coño me vuelve loco! —mi cabeza se aferra al vidrio del lavabo.
—Izan… Izan… más fuerte… quiero más fuerte.
El italiano sonríe, para comerme por completo, mi vagina está escurridiza, su enorme miembro choca sin parar contra mi pelvis.
Me baja de allí, para luego caer tumbados sobre mi cama; me subo en