Unos días después, septiembre
New York
Martha
Desde que descubrí la verdad sobre la muerte de Christopher, la vida se redujo a un único propósito: destruir a mi suegro. La rabia no es solo un sentimiento, es una estrategia que recorre cada fibra de mi cuerpo, cada mirada que lanzo y cada gesto que calculo. Camino por los pasillos de la oficina de Donald Marshall, uno de los socios minoritarios de Williams, sintiendo la tensión de una ciudad que no perdona ni olvida. La secretaria me guía con cortesía profesional y un toque de reconocimiento; sé que mis pasos están medidos y que no hay lugar para distracciones.
—Martha, Martha, qué placer verte. Parece que no pasa el tiempo por ti —dice Donald al recibirme, besándome la mejilla con la formalidad de siempre.
Sonrío, midiendo cada movimiento.
—Donald siempre exagerando, tú también te ves bien —respondo, apoyando la espalda contra el respaldo de la silla, las manos entrelazadas sobre mi bolso.
Donald rueda los ojos con fingida humildad y u