La noche había caído con un manto espeso, envolviendo la ciudad en una quietud casi satisfactoria, más porque al parecer los periodistas estaban perdiendo el interés en la pareja, al menos al anochecer, ya no acampaban fuera de la mansión.
El silencio se filtraba entre las paredes, apenas interrumpido por el leve murmullo de la lluvia contra la ventana, Sofía dormitaba, sumida en el remanso de la madrugada, hasta que el sonido insistente de su teléfono quebró la penumbra de su habitación.
Al otro lado de la ciudad, la pantalla iluminó el rostro de Lyra, cuya voz temblorosa, cargada de angustia y vulnerabilidad, se filtró a través del auricular.
—Sofía, por favor, ven a hacerme compañía —suplicó Lyra, casi entre sollozos. — Me siento perdida, sabes que me da miedo los truenos y no sé qué hacer con el bebé. Estoy sola y no puedo con esto.
El corazón de Sofía latió con fuerza, despertando en ella una inquietud inmediata, sabía que Lyra no mentía, ni tampoco era algún tipo de manipulación