Capítulo Cincuenta y dos.
Dylan y Alexander irrumpieron en el cuarto de Sofía, movidos por la urgencia que les dictaba el grito desgarrador que sólo segundos antes había helado el pasillo. La escena que encontraron era inquietante: una enfermera intentaba, con manos temblorosas y palabras suaves, calmar a la joven rubia que pataleaba y gritaba envuelta en un torbellino de pánico.
—Suelta a mi esposa, ¿qué le está haciendo? —exigió Alexander, cruzando el espacio de la habitación con pasos firmes y apartó a la enfermera con delicadeza, pero sin titubeos, permitiendo que Sofía se refugiara de inmediato entre sus brazos, sollozando como una niña perdida en medio de la tormenta.
—No se preocupe, solo estaba revisando el suero —respondió la enfermera, presionando el interruptor para llamar al médico, su voz teñida de una serenidad ensayada ante la tensión creciente.
—No me dejes, Alexander, por favor, no me dejes —suplicó Sofía, aferrándose a él con desesperación, temblando. El dolor que surcaba el rostro de Alexand