Capitulo Cincuenta y uno

Sofía agradecía, en lo más íntimo de su ser, que el dolor se hubiera disipado; era consciente, por fin, de que se hallaba resguardada en el hospital, o al menos eso le susurraba el persistente aroma a desinfectante que impregnaba el aire. Sin embargo, la memoria le jugaba una mala pasada, ya que no lograba recordar cómo había llegado hasta allí, ni qué había sucedido tras el momento en que liberaron sus manos.

La pesadez en sus párpados era un peso doble, fruto tanto de la hinchazón que deformaba su rostro como de los sedantes que recorrían su cuerpo, nublando su voluntad. Sin embargo, luchaba por mantenerlos abiertos, temblando ante la penumbra que la envolvía. Solo la luz intermitente de los monitores, guardianes silenciosos de sus signos vitales, rompía la negrura y proyectaba extrañas sombras en las paredes. Nunca había temido a la oscuridad, pero ahora sentía cómo el miedo se le infiltraba en la piel, como un frío inesperado.

De pronto, el chirrido de la puerta rasgó el silencio
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