La cena en la azotea había sido un oasis inesperado, un respiro en la vorágine de la campaña y la oscura sombra del atentado.
Las hamburguesas, devoradas con deleite bajo el manto estrellado de Washington D.C., fueron el telón de fondo para una conversación que profundizó el vínculo entre Nathaniel Vance e Isabella Volkova. La noche se alargó, envuelta en risas, confidencias y una química innegable, hasta que las estrellas brillaron con intensidad sobre ellos, y la luna ascendió majestuosa, bañando la ciudad con su luz plateada.
Hablaron de todo, de lo trivial y lo profundo, de los sueños rotos y las esperanzas incipientes. Hablaron de su infancia, de su primer beso, de su familia. La elegancia del escenario contrastaba con la simplicidad de su comida y la complejidad de sus almas, creando una atmósfera única que ambos sabían que atesorarían.
Una vez que la cena terminó, Vance llevó a Isabella de regreso a su apartamento en la camioneta blindada, sus hombres de seguridad manteniéndose