El regreso a la Casa Blanca fue un borrón para Nathaniel Vance.
La imagen de Anastasia, cubierta de sangre y empuñando un cuchillo, se había grabado a fuego en su mente, eclipsando la euforia inicial de haberla "rescatado". Ya no era la esposa que había prometido proteger, sino una sombra traumatizada, un enigma violento y desconocido. Los helicópteros de rescate la habían transportado a un hospital militar de alta seguridad, lejos de las miradas indiscretas de los medios, un lugar aún más seguro que el Liberty Medical Center del que la habían raptado.
Vance no había dormido. Su mente, antes consumida por el poder y la política, ahora estaba obsesionada con Anastasia, con saber qué sucedió con ella. Sentado en la sala de espera del hospital, la luz blanca y estéril lo hacía sentir expuesto, vulnerable. El informe preliminar de los médicos fue un golpe devastador.
—Presidente, su esposa sufre un trastorno disociativo grave —dijo la doctora Albright, jefa de psiquiatría, con voz calmada