La fría luz del amanecer se filtraba por las ventanas blindadas de la Sala de Crisis de la Casa Blanca, encontrando a Nathaniel Vance aún en pie, el rostro surcado por el agotamiento y la angustia. La imagen de Anastasia, cubierta de sangre, su mente atrapada en una pesadilla, se superponía con la desoladora noticia de que el búnker de la Resistencia estaba desierto. La incertidumbre sobre el paradero de Ellis y, más alarmante, el aterrador misterio de la sangre de Rebecca Thorne, pendía en el aire como una niebla densa, y él cometió otro error.
Nathaniel, enfocado en Anastasia y que ella estuviera bien, no ordenó el ataque a la Resistencia. Temió que eso fuese contraproducente en el estado de su esposa, y Ellis aprovechó ese momento pata escapar y desaparecer una vez más. Sabía que había sido un error grande, pero supuso que pensó correctamente.
—No podemos dejar esto así —rompió el silencio, su voz áspera, mirando los mapas de la antigua fundición de Fairhaven, marcados con puntos d