35 | Efecto colateral

El grito ahogado de David Hayes en su auricular se mezcló con el alarido silencioso que se atascó en la garganta de Nathaniel Vance. La figura que emergía de la oscuridad de la fundición no era Ellis, ni la vengativa Rebecca. Era Anastasia, pero no la Anastasia que había soñado con rescatar, la mujer frágil y vulnerable de sus recuerdos. Esa Anastasia era una visión de horror puro, un fantasma cubierto de pesadillas.

Sus ropas, un camisón de hospital rasgado, estaban empapadas y teñidas de un rojo oscuro y espeso. La sangre, mucha sangre, cubría sus brazos, rostro, cabello. Goteaba lentamente del cuchillo grande que sostenía con una mano, formando pequeños charcos oscuros en la grava bajo sus pies. Sus ojos, los hermosos ojos de Anastasia, estaban abiertos y vidriosos, fijos en un punto distante, sin reconocer a Vance. Una expresión ausente, perturbadora, desprovista de emoción, que le heló la sangre en las venas.

—¡Anastasia! —gritó Vance, su voz desgarrada, dando un paso adelante, i
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