73. La Decisión de Isidora
Isidora había pasado tres días en el apartamento de Diego. Tres días de paz relativa, de desayunos tranquilos, de conversaciones que fluían sin el peso de expectativas ajenas. Tres días donde no tuvo que medir cada palabra, cada gesto, cada decisión.
Pero la paz traía consigo algo inesperado: culpa que crecía con cada hora de silencio.
Era la mañana del cuarto día. Diego había preparado café y tostadas con mermelada casera que había comprado en el mercado de Sarrià. Estaban sentados en su pequeño balcón que daba a una calle arbolada, el sol de octubre filtrándose entre las hojas en patrones de luz y sombra.
—¿En qué piensas? —preguntó Diego, observándola por encima de su taza—. Has estado callada toda la mañana.
Isidora miró su café, observando el vapor elevarse en espirales perezosas.
—En Matteo. En el bebé. En toda la situación.
Diego puso su taza sobre la mesita con cuidado deliberado.
—¿Qué de ella específicamente?
—Que a pesar de todo lo que me hizo, a pesar del dolor... si realme