37. El Agradecimiento
Isidora llegó a la Galería Almonte a las cuatro en punto. Esta vez no venía sola. Amy la acompañaba, insistiendo en que necesitaba salir más, que no podía encerrarse en la mansión como si fuera un convento.
—Además —había dicho Amy mientras esperaban el auto—, hace semanas que no veo a Diego. Quiero saber qué está tramando contigo.
Isidora no había captado el tono en la voz de su amiga. Estaba demasiado nerviosa por las noticias que Diego le daría. Buenas y malas, había dicho en su mensaje. Eso podía significar cualquier cosa.
La galería estaba cerrada al público, pero la puerta se abrió apenas tocaron. Diego apareció en el umbral, vestido de manera casual con jeans oscuros y una camisa blanca arremangada. Su cabello estaba ligeramente despeinado, como si se hubiera pasado las manos por él varias veces.
—Isidora —dijo, y luego notó a Amy—. Amy. Qué sorpresa verte.
—Diego —Amy le sonrió—. Hacía tiempo.
—Demasiado tiempo —Diego se hizo a un lado—. Pasen. Tengo café recién hecho.
Caminaro