Isidora se puso el traje de pantalón de seda gris oscuro, su uniforme de resistencia. El color era frío, neutro, un rechazo activo a la opulencia de Franzani. Su padre se lo había diseñado años atrás, y cada costura era un recuerdo de la autonomía perdida.

Matteo la esperaba en el vestíbulo. Llevaba un traje que parecía forjado en acero, pero sus ojos verdes estaban cargados de la frustración que le había dejado el boceto de Clark la noche anterior.

—El traje de tu padre —afirmó Matteo, sin preguntar. Su mano, fría y firme, se posó en la parte baja de su espalda. No era un gesto de afecto, era la instalación de un GPS—. Vamos, prometida. El show de la credibilidad comienza.

El Franzani Atelier era un laberinto de cristal y acero, un monumento a la frialdad corporativa. Matteo la guio por los pasillos, manteniendo el contacto físico constante, una declaración silenciosa de posesión para todos los empleados. Los murmullos de la prensa sobre el beso en el notario aún resonaban en los ecos