Capítulo — El mate, el beso y la trampa
La mañana en Punta del Este tenía ese aire de humedad pegajosa que siempre precede a la lluvia. Las nubes bajas parecían aplastar las calles y las grúas sobre la obra se mecían con la brisa pesada del océano. La estructura del Cinco Estrellas respiraba movimiento, pero a la vez, cierto desorden. Los obreros entraban sin apuro, los andamios ya tenían las primeras marcas de la sal del mar, y en medio de ese panorama apareció Anahir, caminando con la determinación de quien no tiene miedo a embarrarse las botas.
En sus manos llevaba el termo y el mate que Nicolás había olvidado en su casa de Bellavista. No era solo un objeto, era su carta de regreso, su bandera de resistencia. No iba a permitir que la corrieran de su territorio así nomás. Aunque la hubieran suspendido, aunque algunos pensaran que estaba fuera de juego, ella era de las que vuelven sin permiso.
Caminaba decidida cuando lo vio.
Fabricio, de pie en la escalera metálica, como si se hubi