Capítulo — La Fiesta del Sí Eterno
La brisa de Punta del Este arrullaba la costa como si también quisiera aplaudir a los recién casados. Tras la ceremonia en la iglesia, todos caminaron hacia el parador de la playa, donde las luces cálidas y las mesas perfectamente decoradas esperaban como un refugio de alegría. Nicolás había supervisado cada detalle: los centros de mesa con hortensias blancas,eran las favoritas de Anahír, las copas de cristal alineadas con precisión, y hasta los servilleteros en forma de pequeños planos enrollados, un guiño a la profesión que los unía.
Las mesas estaban distribuidas alrededor de una pista de baile iluminada por faroles colgantes. Desde el techo improvisado de bambú, se dejaban caer guirnaldas que parecían estrellas. Todo estaba preparado con un único fin: celebrar la vida, el amor y la familia.
Cuando los novios entraron tomados de la mano, la música empezó a sonar. Una canción suave, casi como un susurro que envolvía a todos:
"Cuando yo muera