Capítulo – Alma y Brisa
La habitación del sanatorio olía a vida nueva. A ese perfume que no se puede embotellar ni repetir, que mezcla talco, lágrimas de felicidad, leche tibia y esperanza. Afuera lloviznaba despacio, como si el mundo también susurrara al oído que había nacido algo sagrado.
Anahir tenía los párpados pesados, pero la sonrisa abierta. Reposaba recostada sobre las almohadas, con el cabello suelto y húmedo aún por el esfuerzo. En su pecho dormía una de las niñas, con su diminuta manito aferrada a la tela del camisón, como si supiera que ese era su lugar en el mundo.
—No puedo dejar de mirarlas —susurró Nicolás, desde una silla a su lado. Tenía a la otra en brazos, mal envuelta, con la mantita medio torcida, pero con los ojos húmedos de emoción y las manos temblorosas de puro amor.
—Estás peor que yo —se rió Anahir con dulzura—. ¿No dijiste que ibas a aprender a cambiarlas?
—¡Lo intenté! —protestó él—. Pero estas señoritas se retuercen como pececitos. Me dieron vuelta el p