Capítulo – El día que lo conocimos
—¿Estás segura que no querés que lo lleve yo? —preguntó Nicolás, con las llaves de la camioneta en la mano.
—No, gracias, Nico. Hoy lo llevo yo. —Alejandra acomodó a Alejandro en su sillita mientras él reía con una banana a medio comer—. Ya está más tranquilo. Además, quiero hablar yo con él.
Mientras la camioneta avanzaba por las calles de la ciudad, con el sol filtrándose por las hojas de los árboles, Alejandra volvió a pensar en aquella charla. Ese recuerdo que había quedado flotando en su memoria como un murmullo suave que, ahora, tenía forma.
Todo había empezado cuando Alma y Brisa estaban a punto de recibir el alta en el sanatorio. Era una mañana de otoño, con la luz dorada y un aire calmo en el ambiente. Las bebés dormían en sus cunas hospitalarias mientras Anahir tomaba agua sentada en la cama y Nicolás doblaba las mantitas con una precisión que rozaba lo ridículo.
—¡Nico, no son planos de arquitectura! —se rió Anahir—. Es una manta, no nece