Mundo de ficçãoIniciar sessãoAurora cerró los ojos cuando el hombre la agarró del cabello con fuerza mientras la lanzaban hasta los escombros.
Emma en su inocencia tan solo pudo cubrir sus oídos y dejarse caer sobre sus pies, mientras una y otra vez movía su cuerpo con un evidente nerviosismo. Ella solo quería esconderse, como cada vez que pasaba algo.
Esconderse y de esa manera poder salir de su realidad.
Aurora levantó sus piernas para intentar golpearlo. Pero la fuerza del hombre era mayor. A pesar de todo, a pesar de que había descansado un poco, la fuerza en su cuerpo era nula.
—Ahora sí… en este mismo momento me vas a pagar todo lo que me has hecho. Todo lo que por tu culpa ha logrado soportar maldita perra.
Él le tapó la boca, mientras pasaba la mano descaradamente por su cuerpo, excitándose imaginando que la pasaba directamente por su piel.
Aurora contuvo el llanto, no quería dejar que él la viera llorando. No le daría ese gusto.
Él apretó con más fuerza su mano en la boca de ella. Aurora intentando soltarse, lo mordió. Él de inmediato maldijo, y sin darle tiempo la abofeteó.
Aurora sintió el sabor a hierro en su boca.
Apretó con fuerza su mandíbula sintiendo como esta se llenaba de aquel líquido que tanto la aterraba.
El hombre continuó tocando su cuerpo sin piedad.
Sin embargo, él se detuvo cuando Gino puso el arma en su cabeza.
—Quédate quieto. No muevas un solo dedo, porque si lo mueves… descargo toda la munición en ti.
—No estoy haciendo nada que ella no quiera. Así que deja de apuntarme. Te puedes creer mucho por ser la mano derecha del jefe, pero sé que también disfrutarás de una hembra así.
—¡Cierra la boca! No hagas que te pegue un tiro antes de que el jefe te quiera ver la cara.
Gino miró a Aurora y negó con su cabeza. En ese momento comprendía que su jefe podía perder fácilmente la cabeza por ella.
Entre tanto, Luciano estaba frente Dante, manteniendo su postura seria, aunque todo esto era sumamente divertido para él.
—Bienvenido a mi casa. ¿Qué haces aquí? —Luciano miró a sus hombres que soltaron una risa jocosa, algo que irritó de sobremanera a Dante—. ¿Café?
—No vengo a hacer una visita de cortesía, y el café luego no lo tomamos… vengo por lo que me pertenece, por lo que es mío y tomaste.
Luciano soltó una enorme carcajada, negó con la cabeza y dio un paso más cerca a Dante.
—No tengo nada tuyo, todo lo que hay en esta casa me pertenece. Absolutamente todo es mío.
—Aurora Bianchi, pagué demasiado por ella, pagué demasiado como para que ahora ella este en tus manos. Así que me la devuelves a las buenas… o a las malas.
—Debiste averiguar bien en el momento en que pagaste dinero por ella. Debiste investigar, no puedes comprar algo que ya tiene dueño. Y más te vale irte, no vas a conseguir nada ni a las buenas, ni mucho menos a las malas. Ella ahora me pertenece, desde siempre lo ha hecho. Es mi esposa… mi mujer.
Dante levantó su arma y apuntó directamente al rostro de Luciano.
Todos allí lo imitaron, apuntándose el uno al otro.
—Dale, dispara… hazlo, dispara. Y te juro que sí lo haces, toda esta m****a del acuerdo que tenemos entre los dos, se va a la basura. Tú me llegas a disparar, o le disparas a alguno de los míos y te juro que toda esta m****a se acaba.
»Tu verás si quieres que hasta el último animal que tenga que ver contigo, quede sin cabeza. No olvides que tenemos un acuerdo.
Dante bajó el arma, solo esperaba el momento adecuado en donde tuviera más poder que Luciano para poder destruirlo con todas sus fuerzas.
—No olvides que la enferma de tu madre fácilmente puede morirse —Luciano habló—. Así que, para ti… soy intocable. Y ella, ya no te pertenece.
Dante sonrió, con una sonrisa fingida, una sonrisa cruel.
—Por ahora, solo por ahora ganas. Créeme que si no tuviera en estos momentos a alguien a la que pudiera perder por tu culpa, no me importaría matarte en este momento así salga también muerto de aquí —Dante bramó.
—Pero no te preocupes, no creo que tu madre dure mucho tiempo, está enferma. Si sigue así, pronto nos enfrentaremos como tanto lo quieres.
Dante intentó irse encima, pero los hombres de Luciano, le doblaban en cantidad.
—Si ya terminaste tu visita lárgate. Porque mi paciencia se está agotando. Y no vuelvas a intentar buscar a mi esposa… recuerda algo: en esta guerra, tú eres el perdedor y yo soy el ganador.







