La sala de reuniones de la mansión Moretti estaba repleta. Las persianas a medio cerrar dejaban entrar una luz dorada que rebotaba en las caras tensas de los hombres alineados alrededor de la larga mesa de caoba. Alessandro, de pie en la cabecera, vestía de negro como siempre, con una elegancia oscura que imponía respeto. Su presencia llenaba el lugar, y todos guardaban silencio.
—Como ya saben —comenzó con voz firme—, mañana por la noche se celebrará la fiesta benéfica anual en la mansión Salvatore. Una fachada para lavar dinero, cerrar tratos y marcar territorio entre los clanes más poderosos de Italia.
Miró a todos, uno por uno.
—Estarán los mafiosos del norte, los socios franceses, algunos rusos y, cómo no, los malditos Carbone. Esa casa será un campo minado y no podemos permitirnos errores. Quiero hombres armados y discretos en cada esquina. Vigilancia interna y externa. Todos atentos. Un solo movimiento extraño, y actuamos.
Donato asintió, tomando notas rápidas en una pequeña li