Jin se detuvo frente a la mansión Moretti, inmensa, oscura y silenciosa, como si aún no hubiese despertado del luto que la cubría desde hace quince años. La fachada, de mármol grisáceo, lucía tan imponente como siempre, pero con el doble de seguridad. Hombres vestidos de negro patrullaban discretamente, armados, observando todo con sospecha. Aun así, nada de eso intimidaba a Jin. Él había crecido entre hombres que disparaban antes de preguntar.
Ajustó su chaqueta de cuero y esperó con paciencia. La brisa fresca de la colina acariciaba los árboles, y el sonido metálico del portón comenzando a abrirse lo alertó. Matteo apareció en el umbral, con una mochila colgando de un solo hombro y el casco plateado que Jin le había regalado años atrás.
Jin sonrió con nostalgia. Ese casco había sido un símbolo. Un puente entre lo que fueron y lo que empezaban a ser.
Matteo no dijo nada al principio. Solo caminó hasta la reja que se abría lentamente, como si le costara soltarlo. Una vez afuera, exten