15 años más tarde.
—¡Jin, hijo, puedes bajar a desayunar! —llamó Sean desde el primer escalón de aquella majestuosa escalera de mármol blanco, cuya curva elegante dividía el corazón de la mansión Carbone en dos alas opuestas.
La voz de Sean resonó con esa mezcla de dulzura y autoridad que usaba cada mañana, cuando su hijo parecía empeñado en romper todos los récords de impuntualidad.
James, de pie en el comedor, se sirvió una taza de café humeante, mientras observaba los rayos del sol colarse por las cortinas de lino. Se acercó por detrás de Sean y lo rodeó con un abrazo lento, cómplice, besándole suavemente el cuello.
—Todas las mañanas llega tarde a la universidad —dijo James entre risas—. Me recuerda tanto a alguien…
Sean giró ligeramente el rostro, con una sonrisa cargada de ironía y cariño.
—¿A ti mismo, supongo? Le diste dolores de cabeza a todos los profesores. Incluyéndome, por si lo has olvidado. Y eso que no comparten la misma sangre, pero es tan parecido a ti.
James soltó