Me encontraba atada de nuevo, forzada a la impotencia. Pero... solo podían atarme físicamente, no podían entrar en mi cabeza y hacerme ceder.
—¿De verdad me estás haciendo esa pregunta? —Bufó Rodrigo—. Parece que no eres tan inteligente como creía, señorita Navarro. ¿Es que hasta ahora no has entendido a Tristán?
—Yo... entiendo a los hombres poderosos. Son... todos iguales. Si tienen que elegir entre cualquier cosa en este mundo y el poder... se quedarán con el poder, Rodrigo. Es lo único que les importa. —Murmuré, intentando reunir energía en mis extremidades.
Rodrigo volvió a reírse. Esta vez, sonaba como una risa genuina, como si se estuviera burlando de mí y de mis pensamientos.
—Eres interesante, señorita Navarro —dijo—. Supongo que crees que Tristán no escuchará tus súplicas, así que no cooperarás con nosotros.
—Por supuesto que no —susurré, dejando de forcejear—. ¿Por qué... me necesitan para... hablar con él? Si quieren...
—Eso es lo que quiere ese cabrón. No cederá hasta que