—Estás herida por mi culpa. —Susurró aturdido.
—Estoy bien. —Le respondí en voz baja, encontrando difícil suprimir el dolor.
Cuando el coche arrancó y su calidez me envolvió, me rendí al agotamiento.
***
Al despertar, un familiar techo blanco me devolvía la mirada. Mi cerebro registró que estaba en el hospital más rápido de lo que debía y el pánico casi burbujeaba dentro de mi pecho.
Mi cuerpo dolía y me sentía desorientada mientras me incorporaba lentamente, haciendo una mueca por el dolor que se extendía por mis extremidades.
Tristán estaba sentado junto a mi cama, su rostro era una máscara de preocupación y alivio. Sus ojos estaban enrojecidos, y había una expresión de profundo agotamiento grabada en sus facciones.
Cuando me vio moverme, su mirada se suavizó y se acercó más, tomando mi mano entre las suyas.
Todo eso se sentía tan extraño, justo como aquella noche. No sabía cómo lidiar con todo eso. Una parte de mí sabía que eso estaba mal. Le prometí a Carmen que dejaría a su hijo e