Gracia
El beso repentino me sobresaltó. Pero recuperé el sentido rápidamente y le mordí los labios con fuerza.
Esteban gruñó y se alejó. —¿Qué demo...?
Mi rodilla golpeó su entrepierna. Al instante, aflojó su agarre mientras se cubría sus partes íntimas y se doblaba hacia adelante.
Aprovechando la oportunidad, agarré mi bolso de la cama y me dirigí rápidamente hacia la puerta.
—Tú...
—No me subestimes, Esteban Calderón. —Siseo, deteniéndome en el umbral.
Su rostro se enrojeció por el dolor. Una pequeña parte de mi corazón aún dolía al verlo así, pero la aparté.
¡No volvería a enamorarme de él. ¡No en esta vida!
Con el dorso de la mano, me limpié los labios que sabían a él.
—No me des asco con tu contacto, eres repugnante, Esteban. Un hombre terrible.
—Tú... tú me las pagarás. —Siseó entre dientes.
Antes de que pudiera enderezarse de nuevo, salí corriendo de la habitación del hospital.
Sabía el tipo de loco que podía ser Esteban Calderón. La ciudad le temía al hombre que era el Rey del