Gracia
—Nunca cambias. ¿Cuántas veces han sido ya? —Murmuré, intentando levantarme, pero él se cernía sobre mí, presionándome con su peso.
—Nunca te dejaré ir. —Siseó Esteban, inclinándose para presionar sus labios contra los míos.
Giré la cabeza y miré la lámpara colocada en la mesita.
Esteban agarró mi barbilla con brusquedad y me obligó a mirarlo de nuevo, así que contuve la respiración, mirando fijamente sus ojos entrecerrados.
—Tu amante sabe que estás aquí conmigo. José atrapó a uno de sus hombres investigando tu paradero —sus labios se curvaron en una sonrisa siniestra—. ¿Qué piensas de eso?
Parpadeé y mis manos quedaron inmóviles a mis costados. Mi rostro inexpresivo hizo que Esteban frunciera el ceño.
—Le importa una mierda si te acuestas conmigo o lo que te haga aquí. —Siseó, agarrando mi muñeca izquierda para inmovilizarla sobre mi cabeza.
—¿Por qué crees que me importa? —Suspiré, encontrando difícil entrar en pánico.
Estaba encima de mí, borracho y furioso, pero me resultab