Gracia
Armándome de valor, me di la vuelta. Todas las miradas parecían estar pegadas a la pantalla en la distancia. Seguí la dirección de sus ojos y el mundo realmente se detuvo, mis rodillas se debilitaron.
En la pantalla se reproducía una presentación con varias fotografías. Era yo con un hombre que pude reconocer. Estábamos sentados en una habitación con poca luz, demasiado cerca.
Jadeé y retrocedí unos pasos tambaleándome.
Hace una semana, Lucía me citó para hablar. Cuando fui al salón VIP del club donde me había citado, ya había un hombre esperando. Me manoseó a la fuerza y apenas pude escapar de él. Pensé que había sido un accidente por la borrachera, pero ahora resultaba que Lucía lo había planeado desde hace tiempo.
—¡No solo le robó el hombre a su hermana, sino que también es una infiel!
—¡Una sucia infiel!
—Resulta que Gracia Navarro tiene gustos peculiares. No quiere un hombre, quiere varios hombres.
Las risas y acusaciones se filtraron y el suelo tembló bajo mis pies. Era como si todo lo que había defendido en la vida me hubiera sido arrebatado cruelmente.
Otra bofetada aterrizó en mi cara y jadeé, dirigiendo mi atención hacia mi madre que estaba frente a mí, furiosa.
Antes de que pudiera recuperarme, me agarró del cabello y me abofeteó otra vez.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡¿Cómo te atreves a avergonzar así a nuestra familia?! ¿Qué clase de perra crie en mi casa? —Sus gritos obligaron a la gente a mirarnos.
Sus manos golpeaban mis hombros, mis mejillas y mi cabeza, mientras me pegaba por un error que nunca cometí.
Sentí como si mi mundo se hubiera acabado. ¿Acaso merecía eso?
—Yo no... yo no hice nada. —Grité, levantando los brazos frente a mi cara para defenderme.
Papá agarró los hombros de mamá y la alejó. Bajé mis brazos temblorosos, tratando de acercarme y explicarme.
—Papá, yo...
—¡Me niego a admitir que una mujer sin vergüenza como tú sea mi hija! —Rugió papá con una voz que me robó el aliento.
Retrocedí unos pasos, tambaleándome. —Papá.
—¡Sal de mi casa! ¡Sal y no vuelvas a mostrar tu cara! ¡Te desheredo hoy mismo! —Gritó, su cara enrojeciendo de ira.
De repente, sus ojos se pusieron en blanco. Mamá y Lucía gritaron, corriendo a su lado.
—¡Papá! —Chillé, tratando de llegar a él también, pero mamá me empujó, haciendo que cayera sentada.
El dolor se disparó por mi coxis e hice una mueca, aún tratando de acercarme desesperadamente.
Él era mi papá y lo amaba, aunque me odiara, aún lo amaba.
—¿Te vas a ir después de matarlo? ¿Eso es lo que quieres? —Chilló mamá.
Sus ojos mostraban una mezcla de odio y asco, ambas emociones con las que no podía reconciliarme.
—N-No. No-no te mueras. —Tartamudeé, levantándome con piernas temblorosas.
Entre la multitud, busqué al hombre que más significaba para mí, pero la ira hervía bajo sus ojos mientras me miraba, por lo que las lágrimas se acumularon en mis ojos.
Negué con la cabeza, murmurando. —No lo hice. No, no lo hice.
¿Pero a quién engañaba?
Esteban no buscaba una explicación, creía en las fotografías que fueron tomadas con un ángulo retorcido.
En lugar de protegerme en un momento como ese, a pesar de saber que lo amaba y me entregué a él... se quedó ahí parado, con la certeza de que traicioné su confianza.
¿Eso fue lo que gané después de tres años de matrimonio? Mi mundo se desmoronó mientras la realidad me abofeteaba.
Sin amor, no hay confianza.
Sin confianza, no hay amor.
Salí del salón tambaleándome mientras la gente veía la presentación en modo repetición y mi papá estaba desmayado en el suelo. Comenzó a llover pero no me importaba.
A ciegas, corrí para salvarme de las acusaciones y de las miradas de asco de la gente, que me asustaban tanto.
En medio de mi confusión, no noté el fuerte repiqueteo de tacones detrás de mí. Cuando lo hice, ya era demasiado tarde, me había alcanzado.
—¡Graci! ¡No corras! —Gritó Lucía.
Me detuve y la enfrenté. Se detuvo frente a mí, con una sonrisa retorcida jugando en sus labios.
—¿Te gustó tu regalo? —Una risa escapó de su boca.
—¿Por... por qué? Somos... somos hermanas —Las lágrimas se lavaban con la lluvia, pero la salinidad permanecía.
—Me robaste lo que era mío y nunca comparto, Graci. Debiste haberlo sabido —Susurró de forma amenazadora y lentamente acortó la distancia entre nosotras.
—No quería... no quería quitarte nada. —Sollocé, retrocediendo temblorosamente.
—¡Lucía! —Esteban apareció bajo la lluvia, corriendo hacia nosotras.
No vino por mí, había venido por ella.
—Pero lo hiciste, Graci, y creo que tendré que tomar medidas extremas para deshacerme de ti. —Su voz se volvió más baja.
Algo destelló en sus ojos, una emoción tan malvada que me hizo temblar por completo.
—¿Qué? —Pronuncié.
—¿Crees que puedes dar a luz al hijo de Esteban? —Sonrió.
Escalofríos recorrieron mi columna. —Lucía...
—¡Ese es mi derecho! —Susurró-gritó y me agarró los brazos.
El agarre repentino me sobresaltó y no tuve tiempo de registrar lo que estaba pasando o prepararme para lo que vino después.
—¡No me pegues, Graci! ¡Yo no tuve nada que ver en esto! —Lucía gritó, levantando mi mano a la fuerza para golpear su mejilla.
Traté de liberarme, pero ella era más fuerte, jalándome constantemente hacia adelante para hacerme lastimarla.
—¡Gracia Navarro! —Esteban se acercó a nosotras.
Con un empujón brusco, me lanzó hacia atrás sobre la carretera detrás de mí. Un auto pasó a toda velocidad y el mundo se ralentizó mientras fui golpeada por el metal que corría.
Ni siquiera tuve tiempo de gritar, mi cuerpo se elevó en el aire, luego golpeó la carretera.
El dolor se disparó por cada centímetro de mi cuerpo. Traté de respirar, pero encontré mis pulmones adoloridos. El mundo giró frente a mis ojos, el rojo pintando mi visión.
En medio de la agonía punzante, mi mano tocó mi vientre y mi mirada borrosa se alzó hacia Esteban. Estaba inclinado sobre Lucía que cayó debido al empujón fuerte.
—E... Este... Esteban... —grazné, mi cabeza arqueándose desde la carretera dura—. Por favor, ayúdame. Yo... estoy esperando tu hijo.
Levantó la vista como si hubiera escuchado mi súplica silenciosa, pero sus ojos me miraron con odio.
En lugar de venir hacia mí, su esposa, levantó a Lucía en sus brazos y se alejó de mí, dejándome sangrando en medio de la carretera.
Una lágrima solitaria se desliza de mi ojo por mi bebé.