Las horas han transcurrido tan lento para el sargento Benavides que está en su camarote dando vueltas de un lado para el otro. Impaciente por poder volver a ver a su Hades. Sabe que no tiene una razón para ir a esa habitación. Se acerca a la mesa donde tiene sus bebidas, sirviendo un poco de ese líquido amarillento en una copa de vidrio. Al dejar la botella en su respaldo. Sujeta ese vaso llevándolo hasta su boca. Ingiriéndolo de un solo trago. Esperando calmarse.
Pero su desesperación no desaparece; todo lo contrario, crece aún más. Coge el teléfono de la mesa presionando el primer botón. Lo posiciona cerca de su oído, esperando que respondan su llamada. Y en el primer timbrazo contestan.
—Hola, sargento Benavides. ¿En qué puedo ayudarlo? —respondió la voz de una joven.
El sargento traga saliva esperando controlar su desesperación.
—Hola —saludo lo más tranquilo posible. ¿La comida que te encargue ya está lista? —preguntó.
—Sí, solo me falta el postre, pero todo lo demás