Kayla ha llegado a casa después de un día duro de trabajo. Al entrar al departamento, el exquisito olor que impregna sus fosas nasales hace que su estómago empiece a gruñir. Se quitó los tacones, aliviando esa terrible presión que ya sentía, y es que usar esos malditos tacones de aguja es realmente molesto; diría que, en vez de verse bien, parece más una penitencia. En fin, camina directo hacia la cocina, encontrándose con el comedor completamente decorado por un mantel blanco con detalles dorados en las esquinas, velas de color rosa, rosas del mismo tono y unas lindas copas llenas de vino rosa, el favorito de Kayla. Ella se queda encantada por ver ese lindo detalle, llevando sus manos a su boca, cubriendo su asombro y su emoción. —Espero que te guste la sorpresa que te acabo de hacer —se escucha la voz de Hugo a la espalda de Kayla. —Tú, mejor que nadie, sabes bien cómo impresionarme —responde Kayla con felicidad. Hugo se acerca a su novia, abrazándola por la espalda y depositan
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