Morana
Siento que el suelo bajo mis pies descalzos se vuelve inestable y que una fuerza exterior me aprisiona, al punto de no ser capaz de moverme.
El ruido brusco de las armaduras al correr resuena amenazante y me causa un terror que me provoca temblores involuntarios.
Esto no puede estar pasando. Debe haber una explicación a este malentendido.
—¡Atrápenla! —El grito del guerrero rompe la quietud de la noche y es el botón de arranque para que yo espabile y corra con todas mis fuerzas.
Mis pies descalzos se apresuran sobre el pavimento que conecta el palacio con la zona de los plebeyos; un lugar que siempre miré con desprecio, pero que ahora veo como mi salvación.
Las palpitaciones de mi corazón estallan, invasivas y agresivas, en mis oídos —como si pudiera escucharlas—, y esa tensión se mezcla con los murmullos de los transeúntes.
El pánico se adueña de los más cobardes, mientras que la curiosidad por saber qué sucede incita a los imprudentes a fisgonear.
Gritos, susurros y expresio