Eva encendió un cigarrillo con las manos temblorosas. El humo se enredó en su cabello mientras Valentina la observaba en silencio desde el otro lado de la habitación. Afuera, la ciudad vibraba como si no supiera que esa noche alguien estaba dispuesta a derrumbar un imperio.
—Lo que te voy a contar no está en ningún expediente —dijo finalmente, con la voz áspera—. No sale en los informes de inteligencia. No lo sabían ni los que trabajaban conmigo.
Valentina asintió, sin interrumpirla. Tomás, al fondo, revisaba los sistemas de seguridad por tercera vez. Sebastián estaba sentado, pero su cuerpo era pura tensión.
Eva soltó el humo con rabia.
—Isabel Duarte Montenegro me usó. Me entrenó, me moldeó, y luego me vendió como si fuera un activo más. Como si no fuera humana. Fui su sombra durante años. La que desaparecía a testigos, la que lavaba dinero en nombre de fundaciones benéficas, la que coordinaba operaciones con carteles disfrazadas de acuerdos de cooperación internacional.
Tomás se gi